Bitácora onírica VIII

Laberinto

En las penumbras continúo, a mi paso las rocas se tuercen de maneras intrincadas y laberínticas, por mi cabeza desfilan de repente las ideas de regresar, pero ante semejante confusión me es imposible encontrar mis propias huellas de vuelta a las arenas cantantes, me acongoja observar mi lánguida luz que parece agotarse, será una carrera de tiempo entonces contra la propia oscuridad, el empolvado pasillo lleno de recodos y giros inverosímiles me lleva hasta un atrio donde descansa sola una pequeña puerta vieja, cansada y oxidada, sus gruesos barrotes en la parte superior de cuando en cuando son atravesados por deambulantes criaturas casi microscópicas, la pobre puerta casi se nota agotada, caída e inclinada no puede reflejar más que pesares que no comprendo del todo, su vibra seguramente no podría ser menos agradable, sin embargo abro esa puerta; tras ella el vacío me obliga a entrar de manera violenta cerrándola de forma furiosa detrás de mi, y desde el fondo choco con una pared enmohecida, pero al retroceder me doy cuenta que la habitación cae junto conmigo por una de sus esquinas, frenético me sostengo de una frágil varilla mientras la arena y el polvo comienzan a viajar hacia el abismo casi como si quizieran arrojarme dentro. Ávidamente me sostengo buscando una salida... Es cuando veo el tenue rayo de luz sobre la puerta, mi escuálida mirada se encuentra con un pequeño pasaje y sin dudarlo salto hacia su encuento por encima de la puerta, con cierta dificultad logro subir, el pasaje es circular y estrecho, casí como un viejo tubo, continuo arrastrándome, parece volverse más estrecho y vaciló a cada pequeño tramo recorrido, pero repentinamente desde el fondo la luz se vuelve más intensa, ¡una salida! ¡es una salida!


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