Bitácora Onírica VII

Puerta abierta.

Arduamente intenté abrir las grandes y oxidadas puertas que se erguirán sobre mi unívoco camino, luego de luchar en su contra sin mucha esperanza clamé por ayuda a mis sombras proyectadas sobre la arena, ellas solo parecerán burlarse de mi peripecia de entre sus temblores; resguardadas en la blancura de la arena, solo siguieron mirándome mientras subía de a poco la enmohecida aldaba que lanzó en ese momento un estruendoso chillido al correrse dejando salir pequeñas partículas fogosas que fueron a dar a los pies de mis sombras burlescas que entonces se tornaron solemnes. Descuidado y sin necesidad de más las pesadas puertas cayeron a mis pies; se levantó entonces una ola de polvo cubierta de espuma blanca que enmudeció a esos pocos granos de arena que aún susurraban en el anonimato, y tras su paso, aquella neblina me dejó entre ver entonces el pie de unas largas y empinadas escaleras con los bordes gastados y ennegrecidos por el polvo; solas en la oscuridad, eternas entre la blancura de la arena, tan solo reflejando de cuando en cuando de manera desdeñosa una ínfima parte de luz de luna en sus paredes. No pude más que atravesar el umbral, pues tras las piedras la arena cobijaba al horizonte llevándose los esbozos de vida. Con una lágrima de la luna me llené de valor y con una solitaria concha de la arena atrapé mi luz sin saber si bastaría para ver en la oscuridad, suspiré mientras mis pasos torpes comenzaron a bajar adentrándome en la roca, jugando con la oscuridad ya solo escuchaba mis pasos, solo podía sentir mi aliento, solo veía mis propias sombras en las pálidas paredes subterráneas que parecían consumir toda la delicadeza de luz que osaba siquiera acercarse desde la superficie, mi luz tendría que ser suficiente.


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