Noche 983

En mis noches de insomnio llego a pensar en escribirte un poema, pero luego recuerdo que donde estás puedes leer mi mente, y entonces ya no necesito poesía; porque cuando por fin llegas apagas la hoguera un momento y entre las sombras te siento suave y cálida como las cenizas, e igual que a la flama, mis manos te avivan... Das vuelta en el último anillo de Saturno y de pronto giras el cosmos hacia el mundo, tan suave. Por un glorioso segundo me enseñas aquello que nunca sentí; tú, tan delicada, tan inocente y gentil, me provocas quebrar el destino apagando en la niebla la luz de la ciudad, a congelar en mis brazos un momento el tiempo y la oscuridad. Gritas mi nombre desde tus pálidos confines, déjame caer sobre tus suaves prados para oler esas flores que solo viven en aquellos frescos jardines, y me clavo en la tierra por no perderme en tu cielo, ese, el que de a poco me hace perder el sendero, el que lento me convierte en ese aire que respiran tus sueños. Y al retornar extasiada luego de ver derrumbarse los cerros y empolvarse los océanos con con inocencia me preguntas de donde es que saco tantas fuerzas, de ti, siempre ha sido de ti.


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